lunes, 7 de noviembre de 2016

Embarazo y aparato digestivo



Los problemas gastroenterológicos suponen una consulta frecuente en la mujer embarazada: están presentes hasta en el 20 por ciento de las gestaciones.

Los principios médicos y la práctica clínica, universalmente aceptada para la población general, deben ser reevaluados y en algunos casos modificados en la mujer embarazada. Específicamente los test invasivos, los fármacos y las intervenciones quirúrgicas han de ser meticulosamente considerados en el embarazo, con la finalidad de mantener la seguridad materna y fetal.

Como ejemplo basta citar la pirosis, un síntoma muy prevalente en la población general, para el cual una endoscopia alta y el tratamiento con inhibidores de la bomba de protones constituyen una secuencia habitual. Sin embargo, estos fármacos se relegan a segunda o tercera línea de tratamiento durante el primer trimestre del embarazo y la endoscopia digestiva no es un procedimiento rutinario durante el embarazo.

El embarazo, aunque es un proceso fisiológico, va a desencadenar una serie de cambios en distintos órganos y sistemas del cuerpo de la mujer que pueden dar lugar a la existencia de enfermedades o al empeoramiento de una ya conocida.

En el tubo digestivo las manifestaciones más frecuentes incluyen la existencia de náuseas, vómitos, reflujo gastroesofágico, estreñimiento y el desarrollo de hemorroides. Además, se puede producir un empeoramiento en aquellos males que la paciente padece previamente al embarazo, como la existencia de una enfermedad de Crohn o una Colitis Ulcerosa.

Por último, también parece ejercer un efecto protector sobre ciertas enfermedades, como la ulcerosa péptica. Del 30 al 50% de las pacientes embarazadas pueden presentar pirosis y esta puede tener lugar en cualquier momento de la gestación, resolviéndose tras el parto. En su patogénesis se implican tantos factores hormonales (progesterona y estrógenos) como mecánicos, que condicionan una disminución de la presión basal del esfínter esofágico inferior y una respuesta inadecuada a estímulos farmacológicos.

Las manifestaciones clínicas no difieren del resto de la población, siendo la pirosis y la regurgitación los síntomas más frecuentes y generalmente no se acompaña de lesiones endoscópicas de esofagitis. Su diagnóstico es fundamentalmente clínico, ya que se reservan las exploraciones complementarias (sobre todo la endoscopia digestiva alta) para aquellos casos que evolucionan mal o presentan sintomatología no típica de reflujo.

El tratamiento incluye medidas higiénico-dietéticas y farmacológicas. Entre las primeras se aconseja evitar la ingesta de alimentos que contengan grasas, alcohol, chocolate y café. Además, se elevará la cabecera de la cama; la ingesta debe ser de poca cantidad y varias veces al día, esperando tres horas antes de acostarse tras la última ingesta alimenticia (…)

Fuente: Internet

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